Para Darianna, Ángel y Mario;
para ciertos chicos expertos en matemáticas.
Hoy fue mi último día como tutora en un programa de la SEP que se encarga de becar a jóvenes de bachillerato con alto rendimiento académico. Fungía como tal por parte de mi servicio social. Debido a mi baja escolar no solamente ya no es necesaria mi participación, si no que ya no puedo participar en ella, pues ya no formo parte de la Universidad y el requisito para fungir como tutor es, precisamente, ser estudiante universitario.
Ser tutor implica apoyar respecto a temas escolares y personales a los jóvenes cuyo rendimiento académico merecía la beca como recompensa a su esfuerzo y evitar la baja escolar de estos mismos.
Los chicos tutorados que me habían elegido me encantan. Son tres jovencitos, amigos, dos chicos y una chica. Uno de los chicos es pareja de la chica. La primera lección que recibí de ellos es que el bullying en redes sociales es idiota. Que los temas de burla en redes sociales generalizan y eso, sépanlo, no sólo es de mal gusto, es también incorrecto. Habían sido bastantes años en los que participaba en el bullying que generaba el hecho de ser estudiante en el Conalep. Causó un impacto importante en mí enterarme por ellos mismos que precisamente son estudiantes del Conalep. Fue increíble y maravilloso. Uno no necesita estudiar en colegios prestigiosos con cierta fama académica donde uno debe de pagar colegiaturas mensuales para ser un estudiante exitoso (por supuesto, los jóvenes que estudian en esos colegios no lucharían por obtener una beca) pero no lo digo por el tema de la beca, sino por el tema del éxito académico que estos tres jóvenes tienen y por el que fueron seleccionados para recibir una beca. Me parecía increíble tener la oportunidad de trabajar con ellos y orientarlos porque yo, cuando tuve su edad no era una chica que obtuviera becas.
Mi historial académico desde la secundaria hasta la carrera está llena de clases corridas. Me gustaba mucho divertirme en la escuela y estudiar en la casa. Es mi estilo de vida. Suelo salirme por la tangente y descubrir hasta donde los límites me lo permiten. Conocer límites para mí es horroroso porque generalmente llego muy lejos y llego sola. Las consecuencias siempre son interesantes, como las que en este momento enfrento. Pero esa es mi esencia, ese es mi espíritu y lo respeto; es así como soy yo, y me encanta.
Mi historial académico desde la secundaria hasta la carrera está llena de clases corridas. Me gustaba mucho divertirme en la escuela y estudiar en la casa. Es mi estilo de vida. Suelo salirme por la tangente y descubrir hasta donde los límites me lo permiten. Conocer límites para mí es horroroso porque generalmente llego muy lejos y llego sola. Las consecuencias siempre son interesantes, como las que en este momento enfrento. Pero esa es mi esencia, ese es mi espíritu y lo respeto; es así como soy yo, y me encanta.
Por otra parte, porque sé de límites y de consecuencias había supuesto que era una persona adecuada para orientar a los tres jóvenes bachilleres. Además sé lo suficiente de libros, de biografías, datos históricos, chismes, novelas, poesía, cuentos, ensayos y de otros temas para tener siempre una referencia bibliográfica a la mano cuando hubiera que tenerla para apoyarlos en sus asignaturas escolares. Estaba encantada con ayudarlos a resolver o investigar temas que yo desconociera para aprender algo nuevo. Aprenderlo juntos. Que aprendieran que ellos tienen la capacidad de enseñar cosas nuevas a personas mayores (soy un década mayor a ellos). Que pueden ser autodidactas. Qué sé yo.
No sólo me interesaba el bien de mis tres jóvenes bachilleres. El primer día de tutorías discutí con uno de los coordinadores porque habían cambiado la estructura de los planes ya resueltos de un día para otro. Me parecía injusto que hubieran chicos (como los míos) que tenían que levantarse temprano durante las vacaciones, tomar dos transportes con la panza llena, o no, para recibir unas tutorías mal organizadas cuya asistencia es obligatoria para poder cobrar su beca. ¿A los organizadores les parecía un chiste que esos jóvenes estuvieran estudiando furiosamente en el transcurso del ciclo escolar para obtener notas brillantes y que, todavía, tuvieran que esforzarse durante las vacaciones para asistir a unas tutorías casi improvisadas para obtener una beca? Bueno, es cuando uno aprende que nada es gratis.
Valoré el compromiso académico de todos los chicos, puesto que nunca faltaron a sus tutorías.
Conocí, también, jóvenes universitarios que asisten como tutores por tema del servicio social. Éstos jóvenes tutores, la mayoría estudiantes de Matemáticas, me hicieron sentir integrada a la comunidad universitaria cuando yo llevaba años sintiéndome relegada exclusivamente a una clase media, trabajadora. Irradiaban frescura y juventud. Son todos ellos perfectos para orientar desde una perspectiva más profesional a los chicos. Eso es lo único que no puedo ofrecerles.
Estudié en una carrera de Humanidades y eso no significa que un estudiante así no pueda ejecutar una profesión seria. Sucede que, desde una experiencia propiamente personal, me parece muy aburrido estudiar y obtener un título profesional que te acredite como personal capacitado para laborar en una empresa. Es una opinión sujeta a mi propio criterio y personalidad. Tengo amigos muy cercanos cuya realización académica y experiencia profesional los orienta a puestos en empresas, fábricas o en ciertos negocios. Eso es correcto, pero no es mi estilo.
Esta mañana llegué tarde a las tutorías. Había olvidado que hace una semana me habían asignado, por mi comportamiento como tutora, la coordinación del grupo de tutores para supervisar las actividades que haríamos las últimas cuatro sesiones con los jóvenes bachilleres. Yo no quería ir puesto que ya no era necesario asistir, además no soporto las despedidas, pero el coordinador que me entregó el puesto (y que ayer yo se lo devolvía) me pidió que asistiera para que le dijera quiénes eran los tres chicos de los que me había hecho cargo para que otros tutores pudieran trabajar con ellos. Cuando mis compañeros me vieron llegar a la explanada de Camporredondo me hicieron un par o más de chistes porque llegué tarde: "como ya es la coordinadora puede llegar tarde", "que trabajen los co-coordinadores" y varios de los que, por mi estado de ánimo, sólo pude responder con una sonrisa. Después de la revisión de unas pruebas, a unos tutores que habían tomado los exámenes de mis tres chicos, les ofrecí que trabajaran con ellos. Aceptaron con gusto. Son dos chicos estudiantes de Jurisprudencia. Les comenté que, por haberme dado de baja en el servicio social, no podía continuar con las tutorías. Les exhorté a que me acompañaran hacia donde estaban mis chicos para presentarlos y para notificarles que yo ya no podría ser su tutora (más bien, decirles que yo ya no estaba capacitada "nomás" porque me acaban de expulsar de la Universidad).
Cuando llegué con mis chicos me sonrieron. Los saludé y, bien, les dí la notificación. Ver cómo cambiaban los gestos de su rostro me generó cierto impacto que quise disimular presentándoles a sus nuevos tutores. Después de darse la mano, la chica me preguntó: "¿Ya no nos quiere?" ¡Pero, porfavor, cómo no los voy a querer, si yo los admiro a ustedes! pensé. No me acuerdo qué le respondí. Les dejé el encargo a los chicos de Jurisprudencia de que cuidaran bien a los que fueron mis jóvenes tutorados y, cuando aquéllos de Jurispridencia estaban por irse para que me despidiera de los que fueron mis chicos becados, (supongo que imaginaron o previeron que comenzaría a llorar), no sé cómo huí de la despedida. No es por ausencia de cariño, es por miedo a exponerme en público, de llorar. Llorar no sólo porque debo de despedirme de algo con lo que me comprometí, sino llorar por extensión de la expulsión de la escuela y, por ese motivo, despedirme de ellos, jóvenes becados, y de mis compañeros, jóvenes universitarios.
Llegué por última vez con el grupo de chicos de Matemáticas. Uno de ellos notó mi estado de ánimo y yo, por prudencia o por miedo, no les conté que había reprobado mi examen de última oportunidad y por consecuencia, había sido expulsada de la Universidad. Por evitar la emotividad decidí despedirme de ellos antes e irme sola a casa. Sólo les conté que no continuaría con el servicio. Otra vez los gestos de sorpresa. Otra vez ese cierto impacto. Otra vez disimular, y quedar con ellos otro día para comer una pizza.
Después de un beso de despedida a todos les di la espalda y di el primer paso hacia un camino opuesto al suyo.